
David Esteban Nocua Monroy tenía solo 14 años de edad, un niño aún. Era alegre, sensible, y con un espíritu emprendedor que lo llevaba a vender camisetas para ayudar a su mamá. Soñaba con ser futbolista, pero la vida se la arrebataron. No fue el destino, ni una bala perdida. Lo asesinó su exnovia, de 15 años. Y no actuó sola.
Según la investigación, el asesinato de David Esteban Nocua Monroy, ocurrió en la localidad de Usme, en Bogotá. Ese día, fue visto junto a dos jóvenes: su exnovia y un amigo cercano a ella. Se dirigían hacia una zona despoblada del barrio José Sucre, cerca del río Tunjuelito.
Un corazón noble en medio de un infierno adolescente

David Esteban se había enamorado. A esa edad, se ama con la inocencia del que aún no entiende lo cruel que puede ser el mundo. Se enamoró de una compañera de colegio, identificada como «Sara» o «Juliana» en los medios.
Pero pronto descubrió que lo que vivía no era amor. Era manipulación, era maltrato psicológico, eran palabras que lo herían y acciones que lo hacían dudar de sí mismo. Y aún así, la quiso. Aún así, intentó salvarla.
Días antes de su asesinato, la joven intentó quitarse la vida dentro del colegio. Quien intervino para impedirlo fue David. Él, con su nobleza infinita, la sostuvo entre sus brazos, la convenció de seguir viviendo. Le salvó la vida, “Pero en lugar de gratitud, recibió odio frío e inexplicable.”.
«No tenías por qué salvarme», le dijo ella con frialdad. Palabras que hoy retumban como un presagio escalofriante.
Lo citaron para asesinarlo
“David Esteban salió de casa tras recibir un mensaje de su exnovia, una niña de 15 años. Ella lo citó en un lugar lejano a nuestro hogar, conocido como ‘Propiedad Privada’”, relató con el alma rota Lizeth Monroy, madre del adolescente asesinado, en diálogo con El Tiempo.
Ese sitio no fue elegido al azar. Fue planeado, con toda la intención.
“Ella y su actual pareja buscaron la forma de llevar a mi hijo hasta allá”, añadió la madre con voz quebrada.
La decisión que marcó su destino
David Esteban decidió terminar la relación. Se sintió agotado por los maltratos, por los insultos, por el control asfixiante que ella ejercía. La orientadora del colegio incluso le advirtió que se alejara de esa relación.
Él lo intentó. Pero la adolescente regresó, insistente, perturbada, manipuladora. Había estado internada tras el intento de suicidio, pero volvió al barrio Santa Fe. Y volvió con un plan.
Engañado para que los acompañara
David Nocua, de 14 años de edad, fue llevado con engaños al escenario de su propia muerte.
Un crimen que no solo destrozó una familia, sino que dejó al descubierto la profunda descomposición moral que carcome a algunos adolescentes y a nuestra sociedad colombiana hoy día.
El asesinato de David Esteban Nocua Monroy no solo destrozó una familia, no fue un accidente ni una reacción impulsiva: fue un plan premeditado, ejecutado con alevosía. No había ni una sola casa cerca, ni alumbrado público.
Era como un monte oscuro, inhóspito. En medio de ese camino solitario, ella detuvo la caminata. Frente a David, pidió a su amigo que le tapara los ojos a él. “Le voy a dar una sorpresa”, dijo. David, confiado, accedió.
El joven narró con voz temblorosa: “Me paré detrás de David y le tapé los ojos con las manos. Ella se puso delante de él. Entonces vi que sacó una navaja grande de la pretina de su pantalón, del lado derecho. La abrió. El mango era negro y tenía como una sierra al principio, pegada al mango”.
Lo que siguió fue un acto de violencia inesperada, frío y brutal. “De manera muy rápida y sin pensarlo, ella lo apuñaló dos veces”, contó el joven.
El horror no terminó ahí. La novia le ordenó que se quedara quieto o sufriría el mismo destino. David gritó de dolor, incrédulo. “Le preguntó por qué lo hacía”.
El amigo, asustado, se apartó cuando David cayó al piso. “Ella me gritó dos veces que lo agarrara, que si no, las siguientes puñaladas me las pegaba a mí”, agregó con angustia.
Una sociedad camino a su destrucción
Estos hechos nos sacuden. Nos obligan a mirar la tragedia de frente y a preguntarnos cómo hemos permitido que esta descomposición social, la violencia en la juventud y el abandono emocional lleguen a este extremo. David no merecía este final. Su historia es un grito desgarrador por justicia, por comprensión, por cambio.
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Después de ese momento, nadie volvió a saber nada de David. Sus familiares, desesperados, lo reportaron como desaparecido. Pero el 10 de mayo, el peor de los temores se confirmó: su cuerpo fue encontrado flotando en esa misma área boscosa, próximo al río, según reportaron medios locales que han seguido de cerca este caso.
Las pericias iniciales determinaron que David murió a causa de múltiples heridas producidas por un arma cortopunzante. Este acto cruel y violento puso en alerta a las autoridades.
Dos semanas después del hallazgo, la Fiscalía capturó en el barrio Santa Fe, localidad de Los Mártires, a la exnovia de la víctima, una adolescente de 14 años. Pocos días más tarde, el amigo de ella, de 15 años, se entregó voluntariamente a la Fiscalía. Allí confesó no solo su participación en el crimen, sino también relató cómo ocurrió todo.
Según su versión, la exnovia invitó a David a ese lugar aislado, donde, al parecer, él rechazó volver con ella. Fue entonces cuando la joven sacó una navaja y le infligió las puñaladas que acabaron con su vida.
Todo indica que David decidió terminar la relación tras sufrir maltrato emocional y físico durante el noviazgo. A pesar de que amigos y profesores le aconsejaron mantenerse alejado, por razones que aún no están claras, siguió viéndola.
Lo emboscaron, lo traicionaron y lo dejaron morir como si fuera nada. Como si su sonrisa no valiera. Como si sus sueños no importaran.
Ya en el proceso judicial, se confirmó un hecho devastador: ambos adolescentes enfrentan cargos por homicidio agravado.
La Fiscalía, a través de la Unidad de Responsabilidad Penal para Adolescentes de la Seccional Bogotá, les imputó formalmente este delito. Ambos aceptaron los cargos. La confesión no alivia el dolor, pero confirma la monstruosa verdad detrás del asesinato de David Nocua.
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Mientras avanza el proceso, los dos menores fueron trasladados a un centro de internamiento especializado para adolescentes.
Pero para la madre de David, eso no basta. La herida sigue abierta. El vacío es irremplazable. Y el clamor por justicia retumba en cada rincón de su hogar, donde antes reinaba la sonrisa de un niño noble y soñador.
David no solo fue asesinado: fue traicionado, manipulado, silenciado. Y nosotros, como sociedad, ¿seguiremos en silencio mientras los niños se matan entre sí?
Emiliano Carrillo P.
Periodista C.P.V.C
para Noticolombia
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