
La minería ilegal no solo arrasa bosques y contamina ríos. También financia estructuras armadas que destruyen comunidades enteras. Esa fue la realidad que enfrentaron las autoridades en Antioquia, donde el Clan del Golfo ha convertido esta práctica en uno de sus principales negocios criminales.
Bajo un operativo coordinado entre la Policía Nacional y la Fuerza Aeroespacial Colombiana, se lanzó un ataque quirúrgico contra la maquinaria ilícita que extraía oro en medio del abandono estatal. No se trataba de una guerrilla al aire libre, sino de dragas y retroexcavadoras que movían tierra como si fueran tanques en un campo de guerra silencioso pero devastador.
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Cada una de esas máquinas era un tentáculo del Clan del Golfo, una forma de mantener control territorial donde el Estado apenas llega con promesas. En total, se destruyeron 24 dragas y nueve retroexcavadoras, cuyo valor conjunto superaba los $55.000 millones. No fueron herramientas agrícolas: fueron fábricas de muerte encubiertas de metal oxidado.
Minería ilegal como guerra económica y ambiental
Este “oro sucio” generaba cerca de 49 kilos mensuales. Cuando salía del país, equivalía a ingresos cercanos a los $19.600 millones al mes en manos del Clan del Golfo. Dinero que alimentaba armas, pagaba sicarios y reforzaba redes de corrupción. Detrás de cada gramo de oro ilegal hay violencia, muerte y desplazamiento.
Pero el daño no se limita a lo humano. También es ambiental. El general Carlos Fernando Triana informó que gracias a esta operación se evitó el vertimiento de 245 kilos de mercurio al mes en los ríos Cauca y Nechí. Este elemento tóxico es una bomba lenta: destruye ecosistemas acuáticos y se introduce en la cadena alimentaria, en la piel, en la sangre, en la vida de quienes habitan allí sin saber que su futuro se desvanece con cada sorbo de agua contaminada.
El Clan del Golfo y su guerra por el oro
La operación destruyó herramientas clave en la estrategia económica del Clan. Pero no golpeó solo objetos. Aplastó una estructura criminal que funcionaba como una empresa clandestina: lavaba dinero, expandía su poder y mantenía silencio con balas. El Clan del Golfo no solo usaba la minería como fuente de lucro, sino como mecanismo de dominación y control territorial.
Estos hombre-herramienta fueron arrancados del río. Pero el verdadero desafío es reconstruir la esperanza. Porque sin educación, oportunidades y presencia del Estado, otros volverán. Con otros nombres, otras dragas, pero el mismo patrón de saqueo y abandono.
Una estrategia de seguridad integral
El ministro de Defensa destacó que esta acción representa una estrategia de seguridad integral: el crimen organizado, el contrabando, la corrupción y la minería ilegal son cánceres que deben extirparse con determinación del territorio. Son palabras duras, pero necesarias porque el enemigo se esconde debajo del agua y dentro de la tierra.
Pero es solo un paso. El operativo fue contundente, pero la paz no llega con dragas voladas. Si no se acompaña con presencia institucional real, obras públicas, salud y empleo, la minería ilegal volverá. Y con ella la violencia, la fragmentación y el miedo.
Comunidades en la cuerda floja por la minería ilegal
Los campesinos atrapados en esta red no eligieron el oro. Eligieron la sobrevivencia. Eligieron la contrarreloj entre el hambre y la ilegalidad. A ellos se les obligó a ser obreros de una maquinaria criminal cuyo dueño está detrás de un rifle o de un par de botas con su firma.
Por eso, esa misma maquinaria que destruyeron hoy puede ser reemplazada por alternativas limpias: turismo sostenible, agricultura agroecológica, pesca responsable, infraestructura diseñada con futuro. Esa es la apuesta real: sembrar dignidad donde sembraron dragas.
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Reflexión final
Este golpe militar fue poderoso y necesario. Dirigido, rápido, eficaz. Pero no será suficiente si no se convierte en un arma de transformación. El oro ilegal no perderá su brillo de inmediato. Y quien domina ríos y bosques no se va solo.
La verdadera victoria será cuando el agua vuelva limpia, cuando la tierra vuelva fértil, cuando la gente vuelva a sentir que tiene derecho a quedarse, sin miedo, sin desplazamiento. Cuando los hijos de esa región puedan soñar sin tener que elegir entre huir o mutar en criminales.
Este es el momento de extender el golpe desde la máquina hacia el corazón del abandono. Es tiempo de demostrar que el Estado no solo puede destruir dragas, sino también levantar comunidades.
¿Podrá Colombia ganar esta guerra sin repetir los errores del pasado? Esa respuesta no está en los explosivos. Está en la dignidad con la que el país decida reponer lo destruido.
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