
El 7 de agosto de 1819, a orillas del río Teatinos, la historia de Colombia dio un giro definitivo. La Batalla de Boyacá, considerada la acción militar más decisiva de la Campaña Libertadora de la Nueva Granada, marcó el inicio real del fin del dominio español en el territorio. Pero detrás del parte de victoria firmado por Bolívar y de los nombres resonantes como Anzoátegui, Santander y Barreiro, se esconden dos figuras clave sin las cuales la historia habría sido distinta: el coronel afrovenezolano Juan José Rondón y el joven boyacense Pancrasio Martínez. Dos personajes olvidados por los grandes libros, pero cuya valentía definió el resultado de aquella jornada histórica.
El jinete negro de la libertad, Juan José Rondon en la batalla de Boyacá
Juan José Rondon nació en San José de Guaribe, Venezuela, a finales del siglo XVIII. Su origen fue humilde, y según varias fuentes, fue esclavizado en su juventud. Como muchos afrodescendientes de la época, su única vía hacia la libertad fue el combate. Se unió al ejército de Simón Bolívar y, gracias a su coraje, disciplina y habilidad como jinete, escaló posiciones hasta convertirse en coronel. En una época en que los hombres negros no eran tenidos en cuenta para altos mandos, Rondón se ganó su lugar en el campo de batalla, no por linaje ni privilegio, sino por méritos propios.
Museo Nacional de Colombia – La Independencia de Colombia
Su momento más célebre ocurrió días antes de Boyacá, durante la Batalla del Pantano de Vargas. Cuando las fuerzas patriotas estaban a punto de ser derrotadas, Bolívar gritó su famosa orden: “¡Coronel Rondón, salve usted la patria!”. Sin titubear, Rondón cargó con apenas 14 lanceros contra el centro del ejército realista, logrando una hazaña heroica que cambió el rumbo de la campaña.
Pero Rondón no fue una gloria de un solo día. En la Batalla de Boyacá también jugó un papel crucial. Al mando de la caballería patriota, su tarea fue atacar el flanco izquierdo realista y evitar cualquier intento de huida o reorganización. Sus lanceros, montados sobre caballos criollos, avanzaron con velocidad y precisión. La aparición de su escuadrón generó un pánico inmediato entre las filas enemigas. La carga de Rondón rompió la formación, obligó a la caballería española a retroceder y sembró el caos en el campo de batalla.
La dispersión del enemigo en la batalla: una obra de Rondon
En toda batalla, hay un momento en que la disciplina se rompe y el ejército enemigo deja de ser un cuerpo organizado para convertirse en una masa desordenada. Ese momento, en Boyacá, lo provocó Rondon. Fue él quien dispersó las fuerzas realistas. Con cada carga, con cada lanza alzada, fue desmontando no sólo jinetes sino también la moral enemiga. La superioridad técnica del ejército español fue irrelevante frente al impacto emocional y físico que causó la caballería llanera dirigida por el coronel afrovenezolano.
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Sin su intervención, el enemigo podría haberse reagrupado, retirado en orden o incluso resistido hasta recibir refuerzos. Pero Rondón no les dio tiempo. Su acción fulminante borró toda posibilidad de reorganización. Aquel día, su lanza no sólo rompió filas, sino también siglos de silencio sobre el valor del hombre negro en la lucha por la libertad.
Pancrasio Martínez: el niño que capturó al general en la batalla de boyacá
A la misma hora en que Rondón dispersaba la caballería enemiga, otro hecho crucial ocurría lejos del fragor principal. Pancrasio Martínez, un joven boyacense de entre 12 y 15 años, servía como asistente personal de Bolívar. Se encargaba de tareas menores como cuidar al caballo Palomo, limpiar armamento, transportar agua y mensajes. Era apenas un niño, sin uniforme ni rango, pero con el corazón en el lugar correcto.
Esa tarde, después de la batalla, Pancrasio llevó al caballo de Bolívar al río Teatinos para asearlo. Lo acompañaba un hombre conocido solo como “el negro José”, posiblemente un esclavo liberado. Mientras se encontraban en el borde del río, Pancrasio notó un movimiento entre los matorrales. Rápido y decidido, tomó un fusil y apuntó hacia el intruso. Era nada menos que el coronel José María Barreiro, comandante del ejército realista, quien se había escondido intentando evitar la captura tras la derrota.
Barreiro, herido, agotado y consciente de la situación, intentó sobornar al joven con un pequeño saco de monedas de oro. Le ofreció libertad, dinero y seguridad. Pero Pancrasio se mantuvo firme. No lo hizo por gloria ni por recompensa, sino por lealtad. Llevó personalmente al prisionero ante Bolívar, sin dejarse tentar ni intimidar.
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El golpe de gracia: Pancrasio definió el final de la batalla
Aunque Rondón había desintegrado la estructura táctica del ejército español, aún quedaba un peligro: la posibilidad de reorganización en manos de oficiales superiores. Pero con la captura de Barreiro, esa opción desapareció. Un ejército sin comandante está condenado a la parálisis. La acción de Pancrasio fue el golpe final. El ejército español quedó decapitado. La rendición fue inevitable.
En términos militares, Rondón desarmó el cuerpo, Pancrasio arrancó la cabeza.
El olvido que siguió a la victoria
A pesar de su valor, ninguno de los dos héroes recibió en vida el reconocimiento que merecía. Rondón siguió en la campaña libertadora, luchando hasta el final. Murió sin riquezas, sin homenajes y sin monumentos. Su nombre fue silenciado durante décadas, y apenas hoy es rescatado en estudios sobre la participación afrodescendiente en la independencia.
Biblioteca Virtual Luis Ángel Arango – Campaña Libertadora
Pancrasio Martínez, por su parte, recibió promesas en el campo de batalla. Bolívar le ofreció una recompensa en dinero y una pensión, pero ninguna se hizo efectiva. Volvió a su pueblo en Boyacá, donde vivió en pobreza. Solo muchos años después, ya anciano y enfermo, el Congreso le otorgó una pensión vitalicia que alcanzó a recibir apenas un par de veces antes de morir.
Ambos fueron héroes silenciosos, invisibilizados por una historia oficial que privilegió apellidos, rangos y élites. Pero su impacto fue real. Si hoy Colombia es libre, lo es también por Rondón y Pancrasio.
Una batalla, dos héroes, un destino
La Batalla de Boyacá fue una victoria colectiva, pero como toda gran gesta, dependió de actos individuales de coraje extremo. Juan José Rondón, el coronel afrovenezolano, dispersó al enemigo con su caballería y rompió su estructura militar. Pancrasio Martínez, el muchacho sin rango, capturó al líder enemigo y aseguró la rendición total. Sin uno, el otro no habría logrado cerrar el ciclo. Juntos, definieron el desenlace.
Hoy, en una época en que la historia busca justicia y voces silenciadas, sus nombres merecen figurar al lado de Bolívar, Santander y Anzoátegui. Porque si la historia es escrita por los vencedores, que no se olvide quiénes fueron los que realmente vencieron
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