
Leticia, la capital del Amazonas colombiano, agoniza sin que la clase dirigente se sonroje. El río que la sostiene, su arteria vital, comenzó a perder su caudal hace más de treinta años y nadie quiso verlo. Hoy, cuando el Amazonas se ha corrido hacia la margen peruana y deja a Colombia casi sin agua navegable, los mismos que callaron en el pasado levantan la voz, algunos incluso a favor de Perú. Una historia de desidia, olvido y diplomacia tibia.
Dragado del Amazonas: el problema comenzó en 1993
Fue en 1993 cuando se encendió la primera alarma. Los pescadores indígenas y ribereños notaron que el caudal del Amazonas empezaba a abandonar la ribera colombiana, buscando su cauce natural hacia el lado peruano. Lo que parecía un capricho del río se convirtió en un fenómeno sostenido: la corriente golpeaba cada vez menos el puerto de Leticia.
El gobierno de César Gaviria, ocupado en la Constituyente y en los coletazos del narcotráfico, no movió un dedo. El problema se despachó como un asunto local de “pocas familias indígenas y pescadores”.
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Samper y Pastrana: el río Amazonas invisible para Bogotá
Durante las presidencias de Ernesto Samper (1994-1998) y Andrés Pastrana (1998-2002), Leticia siguió perdiendo agua. La crisis del proceso 8.000 y luego el Plan Colombia eclipsaron cualquier discusión sobre el Amazonas. Bogotá miraba hacia el norte, no hacia la selva.
Uribe y el estudio de dragado del estrecho de Nazareth
En 2006, durante el primer gobierno de Álvaro Uribe, el Invías y la Universidad Nacional entregaron un estudio técnico: el punto crítico era el estrecho de Nazareth, donde un dragado permitiría devolver caudal hacia Colombia.
La recomendación fue clara: actuar de inmediato. ¿Qué pasó? Nada. El informe quedó archivado con la excusa del costo y las tensiones diplomáticas con Perú.
Ese fue el gran punto de quiebre. En lugar de ejecutar la obra cuando todavía era viable y relativamente más barata, se optó por la inacción. Año tras año, el Amazonas siguió abriéndose camino hacia Perú, mientras Leticia quedaba con un brazo moribundo.
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Gobierno Santos: paz sí, dragado no
Con Juan Manuel Santos (2010–2018), el cambio de cauce fue evidente: nuevas islas frente a Leticia y crecimiento de Santa Rosa, en territorio peruano.
El dragado nunca se consideró. Santos apostó a la integración binacional y al proceso de paz, pero no defendió el brazo colombiano del Amazonas. Mientras Perú y Brasil invertían en sus márgenes, Colombia permanecía inmóvil.
Los habitantes de Leticia recuerdan cómo en esos años se normalizó la idea de “vivir con menos río”. Las comunidades pesqueras vieron caer sus ingresos, pero sus reclamos nunca llegaron a Bogotá.
Iván Duque: muelles sin río
En su mandato (2018–2022), Iván Duque encontró a Leticia semiasfixiada. Hubo anuncios de inversión en muelles y embarcaderos turísticos, pero no en el canal principal del Amazonas.
La pandemia sirvió de excusa para no emprender acciones estructurales.
Mientras tanto, Perú avanzaba con la Hidrovía Amazónica y Brasil reforzaba el dragado en Tabatinga. Colombia, en cambio, seguía perdiendo agua, soberanía y tiempo.
Petro y la disputa con Perú
El gobierno de Gustavo Petro (2022–2025) heredó la crisis en su punto más grave. En 2023 y 2024 Leticia se quedó sin río navegable por semanas. Petro denunció que la desviación del cauce y la isla de Santa Rosa lesionan la soberanía colombiana, y propuso dragar el estrecho de Nazareth.
La respuesta peruana fue inmediata: rechazo a las acusaciones y defensa de Santa Rosa como histórica. Brasil, en cambio, avanzó en sus propios dragados en Tabatinga y Manaos.
El tema será llevado a la Cumbre Amazónica de 2025 en Bogotá, donde se espera que Colombia exija acciones conjuntas para recuperar el flujo hacia Leticia. Pero la pregunta es si no es demasiado tarde.
Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas
Impacto en las comunidades indígenas y pescadores
Para los pueblos indígenas y ribereños el dragado no es un asunto diplomático sino de supervivencia. Las lagunas de Yahuarcaca dependen en 80% del caudal amazónico. Allí habitan unas 3.000 personas que viven de la pesca. Con el río seco, las capturas se reducen y la seguridad alimentaria se tambalea.
Un dragado bien hecho podría devolver la vida a estas aguas, preservar la pesca y evitar el colapso social. Pero también existe el riesgo de un daño ambiental irreversible si se hace sin estudios y sin consulta a las comunidades.
Colombia frente al riesgo de perder el Amazonas
Treinta años de inacción han dejado a Leticia en el borde del aislamiento. En una ciudad sin carreteras, el río es la única vía de abastecimiento. Sin dragado, Leticia no solo pierde su puerto: pierde su alma.
Y es aquí donde la ironía es brutal: los mismos sectores políticos que archivaron el dragado en 2006 o lo ignoraron en los 90, hoy levantan la voz en defensa de Perú. Hablan de “soberanía” y de “hermandad fronteriza”, pero durante décadas permitieron que el rio se secara.
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Análisis: La isla “Santa Rosa” y nuestra Amazonía: una frontera viva
Por: Andrés Felipe Succar
Abogado, magíster en Derecho y magíster en Políticas Públicas de la Universidad de los Andes.
Epílogo: río o desierto
El rio no espera. Avanza y se transforma. Si Colombia no toma decisiones inmediatas y coordinadas con sus vecinos, Leticia quedará reducida a un puerto seco, un recuerdo de lo que fue.
Treinta años de olvido nos trajeron hasta aquí. La pregunta es si habrá treinta más de silencio o si esta vez, por fin, el Estado actuará para que Leticia no se convierta en una ciudad sin alma, perdida en la selva, viendo pasar el río desde la otra orilla..
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