
En el escándalo de la UNGRD, los hechos ya son bastante graves. Pero más grave aún es cómo algunos medios los manipulan. Esta semana, la revista Semana, seguida del copie y pegue automático de otros portales, publicó un artículo en el que se refiere a Sandra Ortiz como “exconsejera del presidente Gustavo Petro”, borrando deliberadamente su verdadero cargo: Consejera Presidencial para las Regiones.
Aunque parezca una simple variación lingüística, este cambio no es inocente. Es una operación semántica intencionada, política y peligrosa, cuyo objetivo no es informar, sino inducir una asociación perversa: que Ortiz era asesora directa y personal del presidente. En otras palabras, si ella es corrupta, él también, por relación cercana. Ese es el mensaje que se sugiere, sin necesidad de decirlo explícitamente.
Un cambio que cambia todo por titulo de Semana
Sandra Ortiz fue designada en 2023 como Consejera Presidencial para las Regiones, un cargo técnico dentro de la estructura de la Casa de Nariño. Su función principal era articular el gobierno central con los entes territoriales, facilitando la relación con alcaldes, gobernadores y otros actores regionales. No era asesora del presidente en temas de gobierno central, como afirma semana, ni integraba el círculo cerrado de toma de decisiones estratégicas.
Pero al llamarla “exconsejera del presidente”, Semana traslada otra imagen al lector, sobre todo a aquel que no está familiarizado con la estructura del Ejecutivo. Para ese lector, el cargo suena a alguien que le susurra al oído al presidente, alguien de máxima cercanía y confianza.
Y ese es el propósito oculto del giro semántico: colocar en el imaginario colectivo la idea de que Petro estaba rodeado de corruptos y que, por ende, él mismo debía saber o haber avalado los actos por los que hoy Sandra Ortiz está señalada.

Sandra Ortiz
El poder de la ambigüedad Semana y la UNGRD
Ese matiz no es menor. En un país tan polarizado como Colombia, una simple palabra puede ser la chispa que avive odios, sospechas y condenas sin pruebas. En un entorno saturado de titulares, memes, cadenas de WhatsApp y noticias de 15 segundos, lo que queda no es el análisis, sino la asociación emocional.
Y eso lo sabe muy bien el equipo editorial de Semana. Por eso optan por usar expresiones vagas, ambiguas o emocionalmente cargadas, que no necesariamente son falsas desde el punto de vista gramatical, pero que sí lo son desde el punto de vista de la honestidad narrativa.
Este tipo de recursos se aleja del periodismo y se acerca más a la propaganda. No se informa para explicar los hechos: se escribe para inducir reacciones.
La manipulación por omisión y reconfiguración
Lo más preocupante de todo esto es que ya no se trata de un caso aislado. El uso intencionado del lenguaje como arma de manipulación se ha convertido en una táctica frecuente en ciertos medios. El lector informado lo nota: cuando se trata de funcionarios del gobierno, el tono se vuelve inquisitivo, condenatorio. Pero si los implicados pertenecen a sectores afines a los intereses del medio, se recurre a eufemismos o silencios estratégicos.
El caso de Sandra Ortiz no es una excepción, sino una confirmación. La frase “exconsejera del presidente” no solo distorsiona el cargo real que ocupaba: también omite que, en efecto, fue parte del gobierno de Gustavo Petro, aunque solo por unos meses. Al mismo tiempo, se reconfigura el lenguaje para que parezca otra cosa: que ella formaba parte del “círculo presidencial” y que su cercanía con Petro era tal, que este no podría ser ajeno a sus actos.
Esa asociación, que no tiene sustento judicial, se construye con una simple frase. Y el público la asimila sin darse cuenta, como quien respira sin pensar.
El periodismo que alimenta la polarización
La consecuencia de este tipo de manipulación es clara: se alimenta la desconfianza, el fanatismo y la polarización. Cada palabra mal usada, cada titular ambiguo, es un ladrillo más en el muro que separa a los colombianos entre dos bandos incapaces de dialogar. El daño es profundo, porque afecta no solo la credibilidad del medio, sino también la salud de la democracia.
El periodismo tiene el deber de buscar la verdad, no imponer una versión útil para intereses políticos o económicos. Pero en ciertos medios, la línea editorial ya no se rige por la ética, sino por la estrategia. Y cuando la estrategia pasa por manipular el lenguaje para inducir percepciones falsas, ya no estamos frente a periodismo: estamos frente a propaganda disfrazada.
¿Error o estrategia?
Llamar “exconsejera del presidente” a quien fue Consejera Presidencial para las Regiones no es un error de redacción. No es una mala síntesis. No es un descuido. Es una elección calculada que responde a una narrativa previamente construida.
Porque si se hubiera usado el cargo real, la noticia no tendría el mismo peso emocional. No provocaría la misma indignación en el lector que ya desconfía del gobierno. No generaría la misma viralidad. Y en un ecosistema donde el clic vale más que la verdad, eso es suficiente razón para torcer el lenguaje.
Lo que hacen algunos medios, en lugar de esclarecer, es oscurecer. En vez de informar, inducen. Y en lugar de promover una conversación pública basada en hechos, instalan prejuicios con palabras cuidadosamente seleccionadas para manipular.
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Conclusión: la ética se escribe con precisión
Cuando un medio tergiversa un cargo público para alterar la percepción del lector, no está cometiendo un error técnico: está cometiendo un acto político. Y cuando lo hace de forma sistemática, deja de ser una fuente confiable y se convierte en un actor más del conflicto, disfrazado de prensa.
En una Colombia que necesita reconstruir puentes y confiar en sus instituciones, este tipo de periodismo no suma: resta, divide y envenena. No importa si el protagonista es el presidente, un funcionario o un opositor. Lo que importa es que la verdad se diga completa, sin adornos ni tergiversaciones.
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